domingo, 14 de enero de 2018

El romano y la guerra (Vol.1)



El otro día dije que admitía sugerencias para entradas y un colega me dijo “tío, habla de los romanos”.

Como si fuera fácil ¿sabes?

El caso es que los romanos ocupan un nicho cronológico de casi mil años, ahí es nada. Y pese a eso, la gente tiende a pensar que los romanos ya nacieron como los romanos de Semana Santa, sin que evolucionaran demasiado en esos mil años.

La historia de Roma empieza con una monarquía, hasta que se cansan y echan al rey para instaurar una república senatorial. Al cabo de los siglos se cansan de la república como forma de gobierno y empiezan a probar el método imperial de hacer las cosas. Después de que varios emperadores fueran pusilánimes marionetas, decidieron que a lo mejor los tiarrones esos del norte eran mejores y que el sistema de caudillos guerreros era mejor que el de estirados emperadores.

Tipo disfrazado de "por favor, matadme porque no tengo los más mínimos conocimientos básicos sobre famosas civilizaciones de la Antigüedad". 

Y eso si tenemos en cuenta solo los aspectos políticos de gran tamaño. Las transformaciones económicas, sociales y militares son enormes en esos mil años. De la misma forma que no somos los mismos que en el año 1018 (que parece que no, pero algo hemos cambiado) los romanos monárquicos no eran los mismos que los romanos de finales de su imperio.

Para hablar de esto voy a recurrir a lo que viene a nuestra mente cuando hablamos de los romanos: el ejército romano. Ese tío con coraza, pilum y escudo rectangular. Un soldado que era capaz de llevar faldita sin dejar de ser una máquina de matar, mucho antes de que William Wallace lo pusiera de moda. No en vano, gracias a su ejército conquistaron todo el Mediterráneo y varios cachos más del mundo conocido.

Observad el mágico efecto protector del "Rectángulo de protección" (patente en trámite).

Pues bueno, esa maquinaria de guerra al principio era como todos los ejércitos de la Antigüedad: unos pocos soldados bien armados y una masa de campesinos con ganas de pegarse con alguien. Eran militares que, literalmente se lanzaban al combate con una lanza y un trozo de chapa que les protegiera un poco el pecho. Pero bueno, la organización del ejército romano hacia el siglo IV-III a.C. era esta:

Asteros (hastati): los reclutas nobeles e inexpertos. Literalmente “los de la lanza”, eran la primera línea contra la que topaban los enemigos de los romanos.  Su labor era la de desgastar al enemigo en combate cuerpo a cuerpo y desbandarlo o retirarse para que actuaran los princeps.

Príncipes (princeps): soldados con una relativa veteranía, que ya se habían partido las caras un par de veces con el enemigo. Muy similares a los anteriores pero con mejor armadura (una cota de anillos o de escamas). Cargaban contra un enemigo ya mermado en número y moral, desgastado por los asteros, a quienes relevaban del fragor de la batalla cuando se empezaban a cansar.

Triarios (triarii): formados por los más veteranos del ejército, constituían la tropa de reserva a la cual se acudía cuando la batalla parecía desesperada, acuñándose la frasecilla "recurrir hasta a los triarios" como sinónimo de una medida desesperada. Combatían en formación de falange con lanzas largas, parecido a las falanges griegas, aunque también portaban una gladius  por si la formación se rompía y tenían que recurrir al combate singular.

De izquierda a derecha: Tiberio "mediocridad absoluta" Sextio, Cayo el carnicero de la Campania y pringao del que ni nos molestamos en averiguar el nombre.

Aparte de esos tres grupos estaban también los équites (soldados a caballo), que solían nutrirse de aristócratas, y cuya capacidad ofensiva estaba limitada porque no conocían los estribos con los que afianzarse durante una carga. Luego estaban los vélites, reclutados en los estratos más bajos de la sociedad romana, cuya función era la de hostigar a los atacantes con jabalinas y no se esperaba que entraran en combate prolongado. Los dos cuerpos eran hostigadores especializados, no infantería pesada con la que sostener un combate.

Avanzamos un poco en el tiempo hasta el año 107 a.C. porque es cuando se aplican las reformas militares de Mario. ¿Por qué es importante esto? Porque hasta entonces cada soldado reclutado tenía que comprarse su propio equipamiento. Lo cual quiere decir que los ricos que no entraban en combate tenían los mejores equipamientos y la soldadesca que rompía las formaciones enemigas iba con lo que podía.

Al suministrar el estado un equipamiento básico, se aliviaba el lastre económico que suponía dedicarse a la guerra. Con un equipamiento básico estandarizado también se conseguía que las unidades fueran más eficientes a la hora de entrenamiento. En definitiva, con las reformas de Mario la vida militar se hacía mucho más seductora para el ciudadano romano pobre, que veía en el saqueo una fuente de ingresos bastante apetecible.

Y hasta aquí puedo leer. Próximamente “el ejército romano imperial: cómo pelearse con todos tus vecinos y quedarte con sus tierras para levantar termas”.

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