domingo, 19 de febrero de 2017

[Análisis] T.C. Worsley: "Los ecos de la batalla"


Tercera entrega de esta saga sobre estas recomendaciones de la Guerra Civil:


La semana pasada fue el aniversario de la masacre de la carretera Málaga-Almería.

Worlsey es el sidekick definitivo. Está ahí para ayudar lealmente al protagonista en los momentos de más necesidad, sin acaparar la atención de la figura principal. Worlsey es el Robin de Batman. El Dr. Watson de Sherlock Holmes. La Rose Tyler del Doctor. El Patricio de Bob Esponja.

Probablemente, por eso, todos sus personajes tienen un seudónimo. Su rol de apoyo es el resultado de ser autoconsciente de que no vale para ir por ahí matando fascistas, que es demasiado blando para el combate. Quiere aventuras y ayudar a España, como muchos intelectuales e izquierdistas del momento, pero no se atreve a dar el paso.

Al contrario que otros personajes de la colección, Worlsey  no corre a alistarse en el primer momento. Lo de pelear en primera línea se lo deja a otros compatriotas. Su peripecia española pasa por investigar el destino del carguero Komsomol, por ayudar en lo que puede en la carretera Málaga-Almería y buscar a sus amigos en la Batalla del Jarama.

Rara fotografía de Stephen Spender (derecha) y Thomas Chulbert Worsley (izquierda) corriendo por las calles del Madrid sitiado. (1937, fotografía coloreada)

Worlsey era profesor (por necesidad) y escritor (con más intención que éxito). Su biografía es espectacularmente discreta y escasa. Se sabe que era profesor en el colegio del que se fuga Romilly (el Wellingthon College), pero que ambos no se llevaban demasiado bien porque tenían personalidades muy contrastadas. Y para caer un poco en la frivolidad: también sabemos que era homosexual.

El primero de los relatos del libro corresponde a la búsqueda del Komsomol junto a su colega Stephen Spender, y Worlsey se lo toma con cierta desilusión y mordacidad. No quería estar disparando en primera línea “a lo Rambo”, pero esperaba algo más que ir en busca de un barco ruso hundido. El Komsomol había transportado (con secreto y éxito) armas a la República desde la URSS en un par de ocasiones. Pero en la última había sido hundido, y sus marineros apresados.

Ahora puede parecer una chorrada, pero en su momento saber qué había ocurrido al Komsomol podía ser la razón para disolver el Comité de No Intervención. Si el bando sublevado había atacado y hundido un buque soviético, era la razón perfecta para empezar a apoyar abiertamente a la República. La labor de Spender y Worlsey era saber si el buque lo habían atacado los italianos y hundido, o fueron los propios marineros rusos los que lo enviaron a pique para impedir que las armas llegaran a malas manos.

La búsqueda del barco no es concluyente, pero sirve para que Worlsey tome contacto con la realidad española. En Barcelona se le presenta la oportunidad de seguir ayudando y se alista en una unidad médica, como conductor para Norman Bethune y Hazen Sise. En este momento, Worsley, que no es un comunista convencido, retrata con visión crítica a ambos bandos que autores más ortodoxos (como Sommerfield).
La primer imagen era broma. Stephen Spender, el amigo con el que se embarca en la búsqueda del Komsomol, en realidad tiene cara de villano de Batman.

De hecho, la visión crítica de Worsley le empuja a desconfiar de casi todo el mundo, incluidos sus amigos. Con Bethune tiene una relación tirante debido al mucho ego del doctor (que diseña hasta sus propios monos de trabajo). Tanto la ferviente militancia dentro del Partido Comunista Canadiense de Bethune como su sed de protagonismo, hacen que no caiga bien a Worsley.

Pero vanidades y movidas aparte, Bethune demuestra ser mitad ególatra y mitad altruista. Una combinación extraña, lo sé, pero la notoriedad que quiere alcanzar el buen doctor pasa por ayudar a los demás. Por eso pone en marcha un servicio móvil de transfusiones de sangre, con todo el material necesario para transportar sangre refrigerada al frente en situaciones de necesidad. Y una guerra crea el tipo de situaciones en las que uno puede necesitar sangre porque lo han cosido a tiros.

En su periplo como conductor Worsley presencia de primera mano los sucesos de la carretera Málaga-Almería. Las columnas de refugiados heridos, ancianos, mujeres y niños se agolpaban después de una caminata de 200 kilómetros siendo acosados por la aviación y marina franquista. El camión en el que viajaba nuestros protagonistas se dedica a “hacer de taxi” con los más malheridos y necesitados. El drama aparece descrito sin exageraciones ni tintes propagandísticos: Worsley no presencia la masacre de los refugiados, pero experimenta su miedo cuando enciende una cerilla y ve como aquellas personas se alteran y piden que la apague para no desvelar su posición a los barcos de guerra de la costa.

Hola, soy Norman Bethune. Y tú no.

Sin embargo, y pese a los éxitos de la empresa de Bethune, todo se va al garete. El personalismo y la ambición del doctor le hacen pedir más y más a sus benefactores canadienses. Los encontronazos con las autoridades republicanas aumentaban la desilusión de todo el servicio de transfusiones canadiense. Tras el fracaso del proyecto de Bethune, Worsley se queda por la retaguardia y retrata la vida cotidiana en Madrid o Barcelona. Y cuando digo “retaguardia” me refiero a que el frente estaba a un par de kilómetros.

La última parte del libro lleva el protagonismo a la Batalla del Jarama. Allí Worsley buscará a Giles Romilly (el hermano de Esmond, con quien se llevaba bien) y a otro amigo. Cuando llega nuestro protagonista al escenario, la batalla ya ha ocurrido y ambos ejércitos ya han asegurado sus posiciones. En esta última parte la desilusión con las formas de hacer la guerra ya es evidente: el debacle que sufre el batallón británico en el Jarama (que pierde alrededor de dos tercios de sus soldados) se cobrará la seguridad ideológica.

Worsley termina su vivencia en España con una actitud existencialista, después de haber experimentado el horror de la batalla y el drama humano de los refugiados de la guerra. El autor parece quererse preguntar “y todo este sufrimiento ¿para qué?”. El final es un final amargo, sin duda.


Si te ha gustado esta entrada, puede que te interesen estas otras de la misma temática:
Esmond Romilly: "Boadilla".
John Sommerfield: "Voluntario en España".
T.C. Worsley: "Los ecos de la batalla".
Frank Pitcairn: "Corresponsal en España".
Varios Autores: "La prensa británica y la Guerra Civil española".
Keith Scott Watson: "Rumbo hacia una España en guerra".
Katharine Atholl: "Con los reflectores sobre una España en guerra".

No hay comentarios:

Publicar un comentario