lunes, 19 de diciembre de 2016

La línea P



Los Pirineos, antes de convertirse en un  nido de turistas amantes del esquí y otros deportes decadentes que tiene que ver con la nieve y/o el Rey en Baqueira Beret, era una frontera natural. Hoy en día sigue siendo una frontera natural, pero cruzar los Pirineos en invierno en la Edad Media debía ser jodido.

A ver, no eran los Alpes, pero  seguía siendo peligroso. Nieve profunda, desprendimientos, animales salvajes y cosas peores aguardaban al viajero que no iba por los tres o cuatro puertos  de montaña habitados que había. Y por los que se solía pagar dinero por pasar. Pero claro, es como las autopistas de peaje, que si quieres llegar rápido y bien a tu destino tienes que sacar billetero. Y si va mal, la rescatan con dinero de todos, pero no me tiréis de la lengua, que no voy por ahí hoy.

Durante toda la Guerra Civil, los Pirineos se convirtieron en una zona de paso de los miles de refugiados que buscaban la seguridad del suelo francés. Auténticas mareas humanas huían siguiendo la trayectoria de las carreteras (en el lado republicano). En el lado nacional personas o familias intentaban cruzar la frontera campo a través, por donde nadie pudiera darles el alto.

La Guerra Civil había enseñado a Franco que los Pirineos eran importantes porque, como en toda península, formaban una zona fácil de defender por la que obligatoriamente tendrían que pasar el eventual invasor. Por eso, cuando la Segunda Guerra Mundial empezó a tornarse oscura para sus aliados (no oficiales) del Eje, empezó a idear la “Línea Pirineos”. Abreviada como “Línea P” o nombrada en clave, en un alarde de originalidad, como “Línea Pérez”.

La "P" tenía mucho potencial para ofender a gente con obscenidades. Pero prefirieron que fuera "Pirineos".

Entre 1944 y 1957 se llevaron las obras en el máximo secreto. ¿Por qué esas fechas? La Línea P comienza a planificarse a finales de 1943, y hay que echar mano a la coyuntura internacional para explicar esa fecha: se había parado la ofensiva alemana en Stalingrado y se había comenzado a reconquistar el terreno ocupado en el Frente Oriental, el Afrika Korps se había rendido en Túnez a principios de año y, en Europa, Italia estaba derrotada y sólo quedaba por ahí Mussolini en su república de juguete defendida por soldados alemanes.

1957, por su parte, se explica con la política nacional de España durante el franquismo: tras el final de la Segunda Guerra Mundial, España había tenido unas amistades un tanto incómodas y tenía miedo de que se les cruzaran los cables a los Aliados y se pusieran a liberar a España del fascismo. En ese momento, Falange es apartada sutilmente del poder oficial en un nada disimulado intento de ocultar las afinidades fascistas, pero conservaría algunos ministerios clave “por si acaso”. En 1957 habían pasado muchas cosas: en el 53 se habían firmado los Pactos de Madrid, en el que llegaba ayuda americana a cambio del establecimiento de bases americanas en nuestro suelo, en 1955 España fue aceptada en la ONU como miembro de pleno derecho y en 1957 se dio entrada a tecnócratas del Opus, poniendo punto final en la lucha entre Falange y la Iglesia por el poder, siendo favorable a esta última institución.

Maquis cruzando alegremente el Pirineo sin que nadie les ametralle ni nada.

De forma que, para 1957, el peligro había pasado. España había tenido unas amistades comprometidas, pero ¿quién no ha hecho locuras de joven? En el marco de la Guerra Fría, era más importante odiar a los comunistas que haberte codeado con los fascistas. Ahora Estados Unidos tenía bases en suelo español y éramos amigos de la ONU.

Pero, volviendo a la Línea P. ¿Os imagináis lo que significa, para un país en reconstrucción tras una guerra, el gastar toneladas y toneladas de hormigón en unos búnkeres secretos? Quiero decir, todo el material de construcción debería haberse destinado a reconstruir el país devastado por la guerra, y debió ser realmente justificar la “desaparición” de toneladas de material que iban destinados a vete tú a saber dónde. En los sitios más cercanos a las carreteras, el trasporte podía hacerse en camión, pero los puntos más alejados tenían que llevar el material en caballerías, aumentando la lentitud de la construcción.

Los obreros españoles tuvieron que hacer frente a comentarios que les lanzaban los jubilados franceses desde el otro lado de la frontera como "¿Así construyes tú un búnker? ¡si no estás mezclando bien la arena! hazme caso, que estuve trabajando en la Línea Maginot" .

El diseño tenía miga. Se dividía en “Sectores”, que a su vez podían tener diversos “Puntos de Resistencia”. Desde Irún a Portbou, cientos de asentamientos fortificados para militares se comenzaron a construir en esos Núcleos de Resistencia. En el papel, contaban con alambradas, pozos de tirador y campos de minas que (menos mal) no llegaron a ponerse en construcción. Puestos de observación, emplazamientos para artillería y armas antitanque, abrigos, antiaéreos, nidos de ametralladoras y emplazamientos para infantería, completaban el diseño de la línea defensiva.

La Línea P no se llegó a concluir nunca y, por lo tanto, nunca se llegó a cerrar efectivamente la frontera con Francia. Los maquis cruzaban a uno y otro lado de la frontera sin que campos de minas los hicieran saltar por los aires, o que fueran ametrallados por búnkeres escondidos, o que quedaran reducidos a pulpa por artillería emplazada en las alturas.

Los búnkeres se olvidaron porque dejaron de tener utilidad real y, con el tiempo, quedaron enterrados por la vegetación. Por lo que, si paseando por el Pirineo te encuentras de repente un bunker en medio de la nada, no te alarmes. Con total seguridad, es uno de los vestigios que quedan aún de la Línea P.

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