domingo, 25 de septiembre de 2016

Príapo



Hoy estoy un poco cansado (tanto física como intelectualmente) y por eso voy a ir a lo fácil. Pollas. Enormes.

El 90% del humor tiene que ver con dobles sentidos (y sus consecuentes malentendidos) sobre órganos sexuales. Ahí están chistes como el del Perro Mistetas, que simbolizan el cénit del humor popular de nuestro tiempo. Pero los romanos no eran de esas sutilezas.

Los romanos querían pollas. Pollas de proporciones absurdas y tamaños que harían gritar de emoción a Jorge Javier Vázquez. Los romanos también eran un pueblo que creía que el mejor plan para una primera cita era ir al pueblo de al lado y raptar al máximo número posible de mujeres en edad fértil. Insisto en lo de que los romanos no eran de sutilezas, por si no había quedado claro.

Me pone 200 gramos de salchichón.
Pero algo harían esos proto-italianos que hacían que un señor de la cuenca profunda fuera el más sensible de los urbanitas. O puede que estuvieran llamados a hacer grandes cosas, tocados por los dioses. Dioses que, por otra parte, no me gustaría que me tocaran demasiado. Como eran politeístas, es cuestión de estadística que alguno de esos numerosos dioses tocara a alguien, digo yo.

Uno de esos dioses que nunca podrán trabajar en algo remotamente relacionado con niños era Príapo. El bueno de Príapo. El señor que le da nombre a una enfermedad cuyos síntomas son erecciones largas e incontroladas. Que, bueno, no era uno de los dioses principales del panteón, pero ahí estaba, como un dios menor del hogar relacionado con la fertilidad tanto humana como agropecuaria.

No es un bolígrafo, pero también tiene capuchón.

Su nacimiento está relacionado con varios dioses, y la leyenda varía sgún la zona: unos dicen que es el fruto de una noche “etililoca” entre Dioniso (dios del vino) y Afrodita (diosa del amor). Otras creen que es fruto de una infidelidad (que los dioses clásicos eran muy volubles para estas cosas) entre Afrodita y Adonis, castigada con el nacimiento de un niño bastante feo de enormes gargantuescos.

Sea como fuere, la característica más llamativa de Príapo era su tercera pierna, que para más señas gustaba de sujetar con una cuerda o pesar en una balanza, dadas las representaciones que nos han llegado de este selecto caballero. Además, odiaba con toda su alma a los burros (y por lo visto en sus festividades se sacrificaba un burro para honrarlo) porque un burro avisó con sus rebuznos a la ninfa Lotis (en otras historias es Hestia) de que Príapo iba a violarla.

Burros: según la mitología romana, el spray de pimienta de la Antigüedad.

Ese desproporcionado pene erecto adornaba con exquisito gusto y espantaba el mal de ojo al mismo tiempo. En las huertas servía como espantapájaros y asustaba a los ladrones (no quiero averiguar cómo funcionaba), aunque también servía como garante de buenas cosechas. En las obras líricas y teatrales hacía el contrapunto cómico y verde que ahora hace el adolescente gordo salido en las comedias americanas.

Un herma de Príapo, con su enorme pene señalando acusador, era símbolo de que la casa en cuestión estaba bendecida con abundancia. Un mosaico de Príapo en tu casa era el equivalente romano a una bandeja de Ferrero Rocher en una fiesta de la Preysler.


Cómo han cambiado las cosas ¿eh?

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