domingo, 3 de abril de 2016

La enfermedad en la Edad Moderna



Una semana después, ya estoy más o menos sano. Se me ha quedado una tos que sería la envidia de un sanatorio de tuberculosos, pero más o menos ya podría considerarme “sano”.

Pero por lo menos vivo en una época en la que puedo ponerme un copazo de jarabe para la tos y bebérmelo de forma decadente sentado en mi sillón señorial. Es lo que tiene el progreso y la medicina. Pero estos adelantos de lo que yo disfruto para no toser hasta escupir trocitos de pulmón no estaban disponibles en la Edad Moderna, época de grandes plagas y enfermedades chunguísimas.

No en vano la Edad Moderna conllevó una debacle demográfica para los pueblos precolombinos, cuando tuvieron contacto con las enfermedades que portaban los conquistadores europeos. Enfermedades víricas e infecciosas que hasta entonces no se habían conocido en el continente americano diezmaban los indígenas: disentería, sarampión, rubeola, paperas, amigdalitis, ictericia y meningitis hicieron que la población indígena que establecía contactos con los europeos muriera en porcentajes que podían llegar hasta el 90% de los individuos. Lo cual significa que era mucho más efectivo acercarte a Moctezuma y toserle en la cara que dispararle con un arcabuz en dicha cara.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba muriendo tanta gente así, en general?

- Diego de Mendoza, cuando volvamos a España te pasas a que te miren esa tos con moqueo ¿eh?
- Bah, que esto es un enfriamiento pasajero, me quedo un poco descansando en esa aldea de indios y se me pasa
- Pero tómate un ibuprofeno, que lo cura todo.

Las teorías que primero se formularon fueron las que identificaban la enfermedad con lo religioso. Podía ser un castigo divino con el que se castigaba a comunidades pecadoras de forma similar al castigo de Sodoma y Gomorra, dejando vivos a los puros, o podía ser obra del Diablo, que venía a tocar las pelotas. En cualquiera de los dos casos se consideraba a la enfermedad como un ser maligno que traía la muerte del enfermo y cuya convalecencia se explicaba mediante la metáfora de la lucha entre el bien y el mal: en tu cuerpo luchaban dos fuerzas que tú no podías ver, y si ganaba el bien te curabas y quedabas sanote; si por el contrario ganaba el mal, la diñabas.

La ignorancia de la naturaleza de la enfermedad llevó a relacionarla con la corrupción del aire, bien causada de manera natural por los cuerpos celestes, bien causada por acción humana (como la socorrida tradición de culpar a los judíos del lugar). En cualquiera de los casos, se asociaba el mal olor con la corrupción inequívoca del aire y, por deducción, con la presencia de peste en el ambiente. Como el aire era el vehículo de transmisión de la peste, se empleaban hierbas aromáticas y  se eliminaba toda la materia orgánica que pudiera generar podredumbre mediante una limpieza minuciosa.

"Extracción de la piedra de la locura", de Hieronymus Bosch. Puto El Bosco, por pinturas chorras como esta, y por "El Jardín de las Delicias", te hacía un hijo.

Todo podía ser peste, no necesariamente tenía que ser la famosa Peste Negra. ¿Qué te duele la cabeza? Peste ¿Qué tienes un sarpullido en el brazo? Peste ¿Qué estás en la cama delirando de fiebre? Peste, inequívocamente  ¿Qué te moquea la nariz? Huy, eso va a ser una alteración de tus humores corporales… TIPICAMENTE PROVOCADA POR LA PESTE.

La medicina como la conocemos hoy en día no existió hasta hace relativamente poco. La que había en la época de las grandes epidemias del siglo XVI y XVII estaba a la altura de la medicina que puede hacer Paquirrín con caramelos de miel y limón. Los medicamentos se asociaban comúnmente a la pseudociencia y no a sus procesos farmacológicos.

El potencial curativo de la medicina podía deberse a numerosas causas externas (posición de los cuerpos celestes u otros motivos irracionales) y normalmente servía de escudo en el que refugiarse en caso de que el remedio curativo no funcionara según lo esperado: “A ver, es que la cataplasma de ajo que te he puesto no ha funcionado porque Saturno está en una posición desfavorable. Con esta estampita de San Frikardo bien cerca del sarpullido sí que mejorarás enseguida”.

Que sí, que soy médico titulado. ¿No ves mi título de la Universidad de Cuenca ahí enmarcado?

Las grandes epidemias supusieron involuntariamente una revolución a nivel médico sin precedentes. La mentalidad hacia la medicina dio un giro completo y dejó de ser practicada por charlatanes itinerantes o religiosos bienintencionados para ser una institución más en el paisaje urbano. Pese a todos los avances en materia médica, hasta el siglo XIX no habrá un sistema racional y científico de entender la medicina. La viruela dotará a las clases más humildes de su característica marca y enfermedades  como el cólera o el tifus asolarán las partes menos favorecidas de las ciudades.

Por todo ello, la Edad Moderna supone el cambio, el “hasta aquí hemos llegao” que articula dos etapas en la forma de hacer la medicina muy diferenciadas. Atrás quedaban las explicaciones teológicas o cargadas de superstición. Atrás quedaban las explicaciones cargadas de metáforas y parábolas basadas en la dualidad del bien y el mal. En la Edad Contemporánea empezaba una nueva forma de curar los cuerpos, pero la Edad Moderna fue su laboratorio.


Y gracias a eso, puedo meterme entre pecho y espalda un buen chupito de jarabe para la tos.

3 comentarios:

  1. Hubieses mejorado mucho antes de tu enfermedad si te hubiesen practicado una saludable sangría a la luz de la luna para desalojar los humores malignos de tu sangre. Pero nada, tú sigue así que ya verás...

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