domingo, 28 de febrero de 2016

Cómo no salvar un país: el Putsch de Múnich



Esta semana vamos a retrotraernos a mi etapa favorita: los locos años 20 europeos. Esa época marcada por la divertida posguerra, el esplendor cultural, la decadencia económica y el auge de los autoritarismos. Casi nada.

La Segunda Guerra Mundial. Un conflicto que probablemente recordarás del cine, de series, del Call of Duty (antes de que les diera por el rollo moderno) y del Canal de Historia (antes de que les diera por considerar “Historia” a los aliens). Aunque no fue tan guay como la Primera Guerra Mundial, por eso de que ya se sabía cómo organizar estas cosas y a nadie le pillaba de sorpresa, pudo haber empezado antes: hubo un intento de toma de poder por parte del NSDAP (los nazis, vamos) en Múnich en 1923.

A diferencia de una revolución, que si no hay un poco de derramamiento de sangre parece que es demasiado sosa, un golpe de estado bien dirigido se caracteriza por evitar un conflicto abierto. Un buen golpe de estado lo único que hace es aparecer como por arte de magia y dar al “pueblo” lo que “quiere”. Aunque el propio pueblo no sea consciente de lo que quiere. Y como comprenderéis, algo tan delicado no puede elaborarse entre cañas en una cervecería.

O sí, porque eran otros tiempos.

- Klaus, creo que nunca debidos dejar a Adolf hacer ese viaje a Perú
- Por lo menos le he convencido para que en Múnich no les toque "el cóndor pasa" con la flauta andina

domingo, 21 de febrero de 2016

Khevsur, un anacronismo viviente



De vez en cuando te encuentras, de una forma no muy clara, con culturas fascinantes de las que ignorabas totalmente su existencia. Aunque ya de por sí, en el mundo globalizado en el que vivimos, es raro encontrar pueblos con tradiciones y culturas claramente diferenciadas, los Khevsuretis (aunque no estoy muy seguro de que ese sea el nombre oficial) son los que más me han gustado.
Para ser sinceros, los Khevsuretis me han enamorado.

La civilización Khevsur está situada en la república de Georgia (la Georgia del Cáucaso, en la frontera entre Rusia occidental y todas esas repúblicas musulmanas que acaban en “–stán”) y tenían una visión revolucionaria en cuanto al concepto “retro” se refiere: les gustaban las cotas de malla, almófares, espadas y escudos… en el siglo XX.

De hecho, los ciudadanos de Tblisi  se levantaron una mañana de 1915 y vieron por sus calles un desfile de caballeros armados con cotas de malla, espadas, escudos y rifles obsoletos. Venían de una región especialmente remota e inhóspita, en la que las nieves invernales llegan a incomunicar los valles hasta nueve meses enteros. Ellos eran los Khevsuretis y querían luchar por el zar, puesto que habían oído que estaba en guerra.

Unas pintas tal que así. En pleno siglo XX. Chupaos esa, hipsters que creéis que algo con 10 años de antigüedad es "vintage".

domingo, 14 de febrero de 2016

La unificación italiana



Hubo un tiempo en el que Europa se volvió loca. Una de esas muchas veces en las que Europa se volvió loca, quiero decir.

¿Y qué pasó esta vez?

Una movida rara de unificaciones, que tanto estaban de moda en el siglo XIX. Como por ejemplo, la de Italia. Y la culpa es del nacionalismo, el romanticismo y, en última instancia, la Revolución Francesa (que es el equivalente del cerdo en Historia, se aprovecha para todo).

La unificación de Italia no fue cosa de una tarde; no fue una reunión de amiguetes para tomar un vino frizzante y crear una nueva nación antes de ponerse a cantar como gondoleros. Duró más o menos 50 años y se le conoció como “il Risorgimento”, una especie de respuesta a la necesidad que tenía la gente en el siglo XIX de formar parte de naciones fuertes que pudieran llevar a cabo ambiciones imperialistas.

Giuseppe Mazzini, gran nacionalista italiano y poseedor de una frente en la que puede aterrizar un boeing 747

domingo, 7 de febrero de 2016

La independencia de Haití



Una de las cosas que inspiraba más terror en los corazones de la gente de principios del siglo XIX era que se produjera una revolución como la de Haití. Porque la independencia de Haití fue algo digno de ver, aunque no de experimentar. Es lo que tiene cuando se rebela un nodo estratégico de la piratería francesa en el Caribe.

La colonia, realmente, fue fundada por españoles pero conquistada por franceses. Inicialmente era una colonia ganadera de la que obtener cuero y cecina (comida que aguantaba las travesías atlánticas), pero los franceses se dieron cuenta de que era mucho más lucrativo asaltar los galeones españoles que pululaban por la zona que comerciar con cecina y cuero. Así que Haití, conocida por aquel entonces con el nombre de Santo Domingo o como La Española, se convirtió en un nido de piratas y tratantes de esclavos de acento francés.

Paulatinamente la piratería perdió su época dorada, conforme el siglo XVIII llegaba a su fin, y los piratas que pululaban la isla se comenzaron a instalar como empresarios de fortuna. Obviamente no eran ellos los que trabajaban, para eso tenían miles de esclavos negros que les hacían el trabajo sucio. De hecho, la isla de Santo Domingo se convirtió en el territorio con más esclavos de toda Sudamérica, excluyendo Brasil (por eso de que Brasil es ENORME y tal).

La Española/Santo Domingo/Haití. La tierra de las oportunidades azucareras (si tienes el color de piel correcto)