lunes, 3 de agosto de 2015

Ese triste Amadeo de Saboya



Uno de los reyes que más ternura me inspiran de toda el elenco de la realiza española probablemente sea Amadeo de Saboya.  Aunque solo sea por todas las veces que he rimado, con escaso gusto ni métrica, con su apellido siendo un adolescente imberbe.

Amadeo de Saboya, además de tener un apellido de archiconocida rima era el hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia desde 1861.  La casa de Saboya era una de las familias nobles más prestigiosas de la Europa del Momento: estaba emparentada con Carlos III de España y la unificación italiana llevada a cabo por el reino de Piamonte le había hecho ganar popularidad. En pocas palabras: Amadeo de Saboya era un niño pijo.

Pero pese a ser un niño pijo, no era mala persona. Solamente una persona triste y gafe que salió elegido rey de un país en el que nadie le quería. A pesar de la buena voluntad que puso en la gobernación del país, el panorama político le daba la espalda y luego le enseñaba el culo. Pero ¿cómo llegó a ser rey?

Irónicamente, mediante unas elecciones. Si, que eran unas elecciones en el siglo XIX y ese siglo no se  caracteriza por su limpieza en las urnas, pero unas elecciones al fin y al cabo. Lo peor de todo no es que ganara el bueno de Amadeo, sino que si el ganador era odiado por casi todos… ¡cómo serían los que perdieron!

De los creadores de "¿Culo o codo?" llega "¿Amadeo I o Joaquín Costa?"
Las elecciones fueron tal que asi: la nueva y flamante Constitución española de 1869 pregonaba que España era una monarquía, pero tras la huida de Isabel II los reyes escaseaban. Sin embargo, los reyes abundaban en otras partes de Europa y se procedió a importar uno. No costó mucho encontrar a pretendientes al trono español; España, aunque ya tenía canas y le faltaba algún diente (porque ya no era el imperio que solía ser) era una “madurita interesante” a la que poderle sacar el poco dinero que tenía. Y , que cojones, porque presentarse como “rey de España” tiene su caché.

En fin, que los participantes en el “gran sorteo del trono español” fueron: Fernando II de Portugal, Antonio de Orleans (duque de Montpensier), Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, Amadeo I de Saboya, Baldomero Espartero, el futuro Alfonso XII y Luisa Fernanda de Borbón (mujer de Antonio de Orleans) se presentaron al trono.

Fernando II decidió que eso de gobernar en España no le iba a gustar y abandonó. Los franceses se enfadaron con los alemanes por proponer a Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen. Los alemanes se enfadaron con los franceses por proponer a Antonio de Orleans. Espartero realmente estaba jubilado y disfrutando de un huerto en Logroño, pero le gustaba eso de mandar. Si habían echado a su madre de España, Alfonso XII tampoco tenía muchos apoyos. Luisa Fernanda fue un fracaso de candidatura y su marido y ella se consolaron mutuamente por perder el trono. Quedaba el pobre Amadeo, ilusionado por su ascenso al trono español y ajeno al marrón que le iba a caer.

Los generales Prim, Serrano y Topete subastando la corona al mejor postor mientras los candidatos mencionados en el párrafo anterior pujan. Caricatura de la época anterior a Ebay

Fue coronado como Amadeo I después de jurar la constitución pertinente ante las Cortes. Había tenido 191 votos y el segundo, el Duque de Montpensier, solamente 27. Por ahí estaban los  republicanos dando mal (60 votos a favor de una república federal y 2 a favor de una unitaria). Espartero tenía la medalla de bronce en este podio con la impresionante cifra de 8 votos. Hay que destacar que los votos son de diputados, no de ciudadanos españoles, pero os podéis hacer una idea de lo queridos que eran los candidatos según los votos que conseguían.

El principal apoyo de Amadeo I era el general Prim, que había muerto el 30 de diciembre, apenas tres días antes de asumir el trono. Como diría mi padre: “la primera en la frente”. Los carlistas lo rechazaron de pleno por su mentalidad progresista. Los borbónicos tampoco veían con buenos ojos lo de una dinastía sentada en su “silla especial”. Y eso sin contar con los republicanos, por supuesto.


La entronización de Amadeo I consiguió reunir a una cantidad variopinta de opositores políticos en un tiempo record. Durante su reinado todo el mundo que pudo le puso la zancadilla. Los españoles, especialmente creativos a la hora de ofender a alguien, le llamaban “Macarroni I” por su origen italiano. La Tercera Guerra Carlista fue un dolor en el culo, pero no tanto como las insurrecciones independentistas en la isla de Cuba. 1872 fue un año de pesadilla para el pobre Amadeo, que atónito declaraba “No entiendo nada, esto es una jaula de locos” cuando hablaba de los tejemanejes políticos españoles.

La despedida de Amadeo I, muy correcta y diplomática, decía así (cortesía de Wikipedia):

Al Congreso:

Grande fue la honra que merecí a la Nación española eligiéndome para ocupar su Trono; honra tanto más por mí apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado. Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido a inspirarme únicamente en el bien del país, y a colocarme por cima de todos los partidos; resuelto a cumplir religiosamente el juramento por mí prometido a las Cortes Constituyentes, y pronto a hacer todo linaje de sacrificios que dar a este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creía que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban a mi vista en las simpatías de todos los españoles, amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas. Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos largos años ha que ciño la Corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien prometió observarla. Nadie achacará a flaqueza de ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera a desceñirme la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles; ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su día se indulte a los autores de aquel atentado. Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serían estériles mis esfuerzos e irrealizables mis propósitos. Éstas son, señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación, y en su nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores. Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía. Amadeo.

Palacio de Madrid a 11 de febrero de 1873.

Pero realmente, esto es lo que quería decir el bueno de Amadeo:




NOTA: esta entrada ha sido redactada heroicamente sin emplear la palabra "polla".

1 comentario:

  1. Probado queda que la penita y la ternura que desprende Amadeo es universal. Y mira que tenía arte para escoger las palabras el hombre. He de confesar que no he podido evitar leer la carta al completo con acento italiano.

    Por cierto, hasta en el mensaje de las cookies tienes gracia, joputa.

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