domingo, 1 de marzo de 2015

Los Sitios de Zaragoza



No puedo creer que hasta ahora no hubiera hablado de los Sitios de Zaragoza. Y mencionar la Ruta-Botellón de los Sitios no cuenta como “hablar de”.

Así que nada, en plena ruta turística de los franceses por España estaba Zaragoza, punto crucial para controlar las líneas de suministro que cruzaban los Pirineos, en el eje Madrid-Barcelona, y desde la que los patriotas españoles lanzaban ataques a las columnas francesas.

El 24 de mayo de 1808 una turba de ciudadanos zaragozanos asaltó el Palacio de la Aljafería y tomó el control de los suministros del ejército. Palafox, aclamado por el pueblo en armas a pesar de ser un mero militar de corte sin experiencia en batalla, se consolidó como líder y empezó a instruir a los primeros milicianos apenas dos días después.

Durante los Sitios de Zaragoza mucho edificios sufrieron los estragos de la pubertad y el acné

Comenzaba el 15 de julio el primer sitio a la ciudad. La columna francesa, al mando del general Charles Lefèvbre, no esperaba resistencia por parte de unos baturros cabreados, pero sus tropas no pudieron poner un pie en Zaragoza sin recibir por todas partes. Los franceses esperaban hacer el típico despliegue de fuerza petulante, con los soldados entrando a la ciudad con exagerada teatralidad para que la ciudad interpretara su papel de ciudad heroica, pero que se rindiera pronto ante la pomposa superioridad de los gabachos.

Los franceses intentan tomar la ciudad varias veces y en todas son rechazados (en la del 2 de julio se da el famoso episodio de Agustina de Aragón). Entonces Lefèvbre optarán por sitiar la ciudad de forma clásica. Cada  intento de entrar en la ciudad era rechazado. El 26 de julio explotó el Real Seminario, que era uno de los polvorines de la ciudad, porque un carretero le dio fumarse un cigarrico.  

… sucedió la grande catástrofe de la explosión del almacén de la pólvora de las aulas públicas con las miras tan fatales, que de solo imaginarlo estremece, causando los mayores estragos en los edificios de dichas aulas, y del Seminario Conciliar, […] de resultas de haberse caído una chispa de cigarro en la pólvora que en carros trasladaban al convento de San Agustín, pereciendo los carreteros y cuantos hombres los cargaban y sus caballerías, cuyos trozos deshechos fueron a parar con la violencia de la pólvora a distancia muy apartada de la ciudad quedando tan maltratadas las casas inmediatas que poco a poco se fueron cayendo, siendo tan grande el ruido que hizo la explosión que se oyó de más de 10 leguas y en la ciudad apenas dejó vidrio sano.
Zaragoza, 27 de junio de 1808. Testimonio del marqués de Lazán.

Cráter del Seminario. La cajetilla tenía razón: fumar mata

Entre el 31 de julio y el 4 de agosto los franceses bombardearon indiscriminadamente la ciudad  y alcanzaron sin quererlo el hospital de Nuestra Señora de Gracia, manicomio para dementes de la ciudad, y muchos locos se escaparon por la ciudad.  Los franceses flipaban.

Sin embargo, un par de meses después, tras la derrota de Bailén, se creará un clima de inseguridad y los sitiadores dejarán de sentirse las espaldas cubiertas.  En los primeros días de agosto, se gastarán las municiones de los cañones creyendo que no van a tener tiempo de retirarse y antes de huir, los franceses explotan la mina que habían cavado debajo de Santa Engracia y cañoneada la Cruz del Coso.

En este primer sitio el ejército francés es un ejército con pocos cañones, caballería y mucha infantería, enfocado a una batalla en campo abierto y no la mejor elección para un asedio. En el segundo sitio, en diciembre, es cuando el señor Napoleón Bonaparte pondrá los œufs sobre la mesa. Pero para entonces Zaragoza ya es una ciudad preparada tanto física como moralmente. Se fortificarán las líneas del Ebro y el Huerva para proteger la ciudad que, junto a las tapias de los conventos, amurallarán la urbe. Palafox recurrirá a pintores como Goya para calentar los ánimos de los zaragozanos ante la barbarie francesa.


Santa Engracia antes y después de la visita de turistas franceses. Ríete de los alemanes borrachos de Mallorca

El mito de los Sitios de Zaragoza se construye alrededor de este primer sitio: un pueblo que lucha por su propio destino que es capaz de imponerse contra un ejército poderoso que tenía subyugada a Europa. La resistencia zaragozana ante el invasor francés se convertirá en una potentísima propaganda antinapoleónica. El general Palafox, sin haber tenido papel protagonista, va a recorrer todo el mundo occidental. Y su primer acto  público será el de dar gracias a la Virgen del Pilar para acaparar la atención, desviándola (en una falsa modestia digna de Augusto) a la Virgen.

Y ahora viene la parte más disimulada de los Sitios de Zaragoza: el no-tan-glorioso Segundo Sitio.
Napoleón querrá que se destruya la ciudad para acabar con el símbolo de resistencia. Las tropas francesas, muy superiores en número, bombardearán masivamente la ciudad para minimizar los riesgos y las batallas a “calle abierta” brillarán por su ausencia, prefiriendo el deshonroso método de hacer minas subterráneas para hacer caer los edificios sobre los propios defensores.

Dentro de la ciudad el tifus se cobrará más muertos que los bombardeos franceses. En Zaragoza los cuerpos de los muertos se acumularán en las puertas de las iglesias, que sumado a los constantes bombardeos, a los enfermos y a los heridos, creará un paisaje infernal. Y es que Zaragoza, que era una urbe pensada para unos 45000 ciudadanos pasó a tener a más de 100000 personas entre sus muros entre refugiados, soldados destacados en Aragón y refuerzos de la zona mediterránea. A la desesperada, Palafox manipulará a la población haciéndole creer que van a ser rescatados por una numerosa columna de soldados para evitar una prematura rendición de la ciudad.

Moraleja: nunca cabrees a un baturro con mosquete.

Pero eso no hizo más que posponer un poco la rendición. La capitulación de Zaragoza el día 21 hará que los zaragozanos depositen en la Puerta del Portillo al rendirse y presten juramento a José Napoleón, siendo prisioneros de guerra en caso contrario. Quedaba la ciudad desolada que se había convertido en una morgue con identidad propia. A veces ni eso porque no había cuerpos que sepultar, como los defensores del convento de San Francisco, que quedaron atomizados al explotar  tres minas con mil kilos de explosivos cada una que los dejaron convertidos en carne para albóndigas.

Pero Zaragoza quedaría en el imaginario popular como la ciudad gloriosa y vencedora del primer sitio a costa de quedar como un solar en ruinas y habiendo perdido todos sus edificios renacentistas. Cuentan que los polacos que se levantaron en Varsovia aquel 1944 gritaban “recordad Zaragoza”.

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