domingo, 8 de febrero de 2015

La caricatura y la sátira



He vuelto de entre los exámenes y trabajos para seguir con esto. Yupi. Viva. Bravo.

Tocaría hablar de la Guerra Civil, si siguiera estrictamente el planing que tendría que cumplir, pero hoy voy a hablaros de cosas abstractas como es la sátira. Desde el punto de vista histórico, o algo así.
Para saber algo más de la sátira, hay que saber qué es la risa. Según la Real Academia de la Lengua Española la risa es el movimiento de la boca y otras partes del rostro, que demuestra alegría. Y hasta aquí la parte seria.

Charles Baudelaire, en su ensayo titulado “Lo cómico y la caricatura” dice: Encontraremos en el fondo del pensamiento del que ríe cierto orgullo inconsciente. Es el punto de partida: yo no me caigo; yo camino derecho; yo, mi pie es firme y seguro. No sería yo quien cometería la tontería de no ver una acera cortada o un adoquín que cierra el paso.

Hey, somos loa RAE. Somos jóvenes y dinámicos. Molamos mazo ¿eh, tronco?

Francis Hutcheson, un señor que no viene al caso, en “Escritos sobre la idea de virtud y sentido moral”, creía que el humor residía en las incongruencias entre dos realidades. Utilizando el mismo ejemplo que Baudelaire, si un hombre pijo petulante se tropezara, al existir una incongruencia entre su aspecto y su torpeza, se crearía humor. Por el contrario, la misma escena protagonizada por un costroso vagabundo no produciría risa sino lástima.

La caricatura es una forma fácil de conectar con el público, de ejercer un “contrapoder” cuando el poder consolidado se equivoca. En otras palabras: si los poderosos la cagan, la caricatura estará ahí para menoscabar su autoridad, haciendo caer en desgracia a políticos tambalearse a los poderosos.
Y es que la caricatura puede abarcar desde el lirismo refinado a la burda provocación, lo vulgar se puede mezclar con lo poético, la metáfora delicada con los insultos directos. De esta forma se puede crear con facilidad un retrato heroico o uno degradante.

Charles Baudelaire, conocido como “poeta maldito” no se hizo millonario porque no era consciente del negocio que era pintarse anuncios en esa pedazo de frente.

Esto quiere decir que el dibujante deforma la realidad y utiliza un enorme simbolismo  para magnificar las debilidades y aumentar el patetismo de lo caricaturizado mediante una crítica sagaz y ácida a los problemas del momento. Y si eso no se puede, siempre se puede dibujar a Isabel II follando con un burro. Y no se me escandalicen, que es obra de alguien de renombre como los hermanos Bécquer y por lo tanto es arte y no chabacanería de mal gusto*.

En España, el fenómeno de la caricatura fue casi exclusivo de los periódicos de izquierdas ya que la prensa conservadora era menos dada a dibujos humorísticos y más proclive a contestar con farragosos textos y a criticar con regia seriedad la postura de las vertientes más progresistas. Con la excepción de revistas, por la década de los años 30, como “El Mentidero” o “Gracia y Justicia”, que intentaban hacer un humor de derechas para aquellos lectores de bigotillo fino.

Esta tontería significó que los militares tomaran al asalto la redacción del Cu-Cut y la liaran parda. Para que luego digan que los militares no son gente sensible.

Estas revistas eran para entretener, pero servían también para hacer ataques a  políticos, miembros del clero y, en general,  para manifestar un inconformismo con sus realidades cotidianas. Y es que la prensa liberal republicana, inmisericorde con aquello que consideraban “Antiguo Régimen”, tenía una larga tradición que enraizaba en los inicios del siglo XIX.

Con un gran sector de la población analfabeta o semianalfabeta, los dibujos gamberros era lo que circulaba, de la misma forma que ya lo habían hecho las canciones populares y las coplillas groseras. En ese contexto cultural, las publicaciones de humor  cobraron popularidad y se convirtieron en un problema para el orden público conservador.


Y es que, como bien dice el saber popular, más vale una imagen que mil palabras.


*Arte con todas las letras:

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