lunes, 13 de octubre de 2014

El liberalismo (oposición)



Cierto compañero y amigo me ha hecho saber, entre risas, que tengo un “ramalazo absolutista” importante. Os lo explicare con un símil: ¿Sabéis cuando una avispa va a beber de la orilla de una piscina y acaba cayéndose dentro y luchando sin éxito por salir? ¿Sabéis  esa secreta satisfacción que produce verla ahogarse mientras piensas “tú eres la que me picaste el otro día cuando paseaba”? ¿Sabéis el patetismo de un animal que es 50% rencor y 50% mala hostia envuelto en color negro y amarillo, que en el aire te haría correr de un sitio a otro y que en el agua es incapaz de nadar?

Pues ese mismo patetismo enternecedor es el que tengo yo, que se cómo van a acabar todos esos intentos de reinstaurar el Antiguo Régimen. De la misma forma que la avispa intenta e intenta levantar el vuelo pero no logra salir del agua y acabará ahogada, los absolutistas intentarán reinstaurar sus propias visiones de la política sin saber que están abocados al fracaso. Ah, humor de historiador.

Y ahora, a lo que íbamos. Hablar de oposición al liberalismo es hablar de carlismo. Sí, hay otros movimientos que se oponen a las reformas que proponen esos primeros liberales, pero los que más mal dieron y más se destacaron en eso de matar liberales fueron los carlistas.
Y eso que Fernando VII puso el listón bastante alto en lo que a materia de maltratar liberales se refiere. Como ya he repetido mil veces, dejó la obra legislativa de las Cortes de Cádiz reducida a pedazos y empezó a perseguir a liberales y afrancesados con una virulencia que asqueó a las demás monarquías absolutas europeas. Digamos que la frase “tranquilo, no es nada personal” no la inventó Fernando VII.

Antiliberalismo (de la mano del carlismo), extendido por España con el mismo tono que una irritación de piel.

Para reprimir a esos reformadores la monarquía utilizó a los sectores más intransigentes y reaccionarios de la sociedad. Si los afrancesados y liberales se distinguían por ser unos intelectuales y unos urbanitas elitistas, las filas del absolutismo estaban nutridas de gente (no voy a decir “garrulos”) de cultura limitada y discursos  populistas.

El Trienio Liberal fue la prueba palpable de que Fernando VII estaba cabreando a los liberales con sus medidas represivas. La cosa era que el monarca estaba siendo tan reaccionario e intransigente que Rafael de Riego se levantó contra el absolutismo y durante tres años España fue liberal y constitucional, volviendo a reinstaurarse la Constitución de Cádiz.

Obviamente, Fernando VII  seguí al frente de la nación con una falsa sonrisa de nerviosismo mientras pensaba  en cómo hacer para terminar con todos esos “revolucionarios” antes de que le cortaran la cabeza o algo peor, aunque nadie pretendiera hacerlo. Fueron los 100000 Hijos de San Luis los que le devolvieron los poderes absolutos y no tardó en desquitarse con aquellos que consideraba que le habían humillado. Además, Fernando VII sustituyó a la Milicia Nacional (de un carácter demasiado avanzado para él) por los Voluntarios Realistas, unos tipos peculiares que se dedicaron a dar caza al liberalismo en tierras españolas.

Pero a lo que íbamos, carlismo.

Carlos María Isidro, Carlos V, no parecía precisamente amigable en las monedas.

El carlismo nace de un problema: Fernando VII no había concebido hijo varón y la sucesión recaía en su hija Isabel. En 1830 se proclamaba la Pragmática Sanción, ley por la que se suprimía la Ley Sálica (que hacía que solo los varones pudieran acceder al trono) y permití a la pequeña Isabel acceder al trono. Todo muy mono  menos para Carlos María Isidro, hermano del monarca y quien ya se estaba midiendo la cabeza para cuando le pusieran la corona.

Es de comprender que a Carlos no le sentó nada bien que le dijeran que “no era lo que buscaban” en el casting a rey y se lo dieran a una niña.  “Carlos María Isidro Benito de Borbón y Borbón-Parma, encantado, fui superado por una niña recién nacida en la línea sucesoria” no es un saludo muy digno ni ahora ni en el siglo XIX.

Y estallaba la primera de las Guerras Carlistas, que duraría de 1833 a 1840. Básicamente era negar la soberanía nacional y defender el sistema foral frente a la centralización liberal, pero con las armas. Pero la cosa no fue así de simple, hubo hasta 4 “Guerras Carlistas”, 3 buenas y una un tanto patética en la que se enfrentaron las tropas isabelinas con las carlistas. Aunque hay que decirlo claro, la alianza Isabel II-liberales era un poco accidental, fruto de que el ala conservadora ya estaba ocupada por un líder con patillas más grandes.

Tengo la teoría de que en el siglo XIX el status se medía por el tamaño de las patillas, proceso similar que las cornamentas de los ciervos. En la foto, Zumalacárregui, destacado militar carlista como puede deducirse por su bigote-patilla.

El carlismo se hizo fuerte en las zonas rurales y el liberalismo en las ciudades. La clásica pelea “los de ciudad vs. los de pueblo” de toda la vida. Además los carlistas contaron con la simpatía de muchos nobles, la jerarquía eclesiástica y del bajo clero, haciéndose fuerte en el País Vasco, Navarra, Cataluña y Aragón, territorios con tradición foral que reclamar. Y sin embargo, no ganaron y el liberalismo continuó su imparable trayectoria decimonónica.

Los carlistas de ahora me inspiran ternura, como un padre que oye a su hijo decir que de mayor quiere ser astronauta y le sonríe aunque sabe que será imposible. Carlistas, aunque ganarais las elecciones no podéis poner al mando del país al zombie de Carlos María Isidro, así que volved a la cama.


Especial gracia me hace que la hija de Fernando VII, después de todas las molestia que se tomó por eliminar de raíz el liberalismo, saliera tan liberal (en todos los sentidos).

Y como bonus, un vídeo que caricaturiza la mentalidad del afrancesado y del reaccionario:


2 comentarios:

  1. Tras tus dos últimas entradas bien sabes que una Compañía de la Milicia Nacional de Zaragoza se dirige hacia tu casa acompañada de una multitud para sacarte a empentones al Coso, arrastrarte hasta la Plaza la Constitución y fusilarte ahí mismo ¿verdad? XD

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  2. Moriré como un mártir, entonces. Todo sea por defender al monarca con la mayor genitalia documentada de la Nación Española.

    Lo divertido será cuando toque la Dictadura de Primo de Rivera, que ahí ya sacaré el carnet de somatenista destacado.

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