domingo, 23 de febrero de 2014

Los tartesos



Hubo una época en la que Andalucía debió ser el caldo de cultivo de una civilización extraordinaria, una época anterior a la PAC y los Fondos de Cohesión. Estamos hablando de la mítica civilización de los Tartesos.

Pero, desgraciadamente, en buena medida el pueblo tarteso es un mito historiográfico. Se identifica el “Tartessos” de las fuentes grecolatinas con la Tarsis bíblica por eso de dar rimbombancia a las raíces culturales españolas (ya sabes, si no apareces en la Biblia, no eres nadie). Schulten creía que Tartessos eran una ciudad fundada por los tirsenos, uno de los Pueblos del Mar que dieron mal a los egipcios por el 1200 a.C. y se obsesionó de mala manera con la civilización tartésica.

La obsesión por encontrar una civilización mítica no era nueva para el pueblo germano: Schliemann ya había hecho lo mismo buscando la Troya de las leyendas, excavando con dinamita cuando a veces se le acababa la paciencia. Otra cosa no, pero los germanos son un pueblo obstinado y Schulten no quería quedarse detrás de su antecesor (llámalo envidia, llámalo admiración) y quería encontrar algo por lo que hacerse famoso. Adivina qué alemán murió sin encontrar lo que buscaba, pero completamente seguro de que lo que había encontrado era la Tarsis bíblica.

¿Quién se va a tomar en serio una civilización cuyo idioma  escrito es sospechosamente parecido al juego de la oca?

Sin embargo, las fuentes bíblicas vinculan Tarsis con el Mar Rojo y a menos que mis conocimientos básicos de geografía me induzcan a error, el Mar Rojo queda lejos de Andalucía. Algunos investigadores han planteado la hipótesis de que “Tarsis” era una dominación genérica para tierras ricas o desconocidas, por lo que Tarsis podría estar tanto en España como en la India, sin ser localizaciones excluyentes. En la actualidad, y para decepción del difunto Schulten, la identificación Tarsis = Tarteso carece de validez.

Lo que hoy se piensa mayoritariamente es que Tarteso era una cultura indígena pobre y atrasada. Los colonizadores iniciaron contactos con ella en el siglo VIII a. C. el “periodo orientalizante” de la cultura tartésica. Este cambio se apreciaría en el desarrollo de la cerámica y la metalurgia avanzadas en cuestión de años en la zona minera de Aznalcollar y Rio Tinto.

El eje fundamental de la relaciones entre indígenas y fenicios fue la minería, sin conflictos armados destacables. Los indígenas suministrarían metales preciosos a los fenicios, quienes se asentarían en poco número para trabajar de intermediarios comerciales. Esos mismos indígenas adoptarían rasgos de la cultura con la que comerciaban, mucho más avanzada intelectualmente, creando la enigmática mezcla cultural tartésica.

Argantonio, rey de los tartesos según las fuentes, luciendo un bikini de oro a juego con  brazaletes y  faja

domingo, 16 de febrero de 2014

Las lupercales



Las lupercales son una de las festividades romanas que la moral judeocristiana, pudorosa y restrictiva en cuanto a la exhibición del cuerpo humano, detestó, prohibió y sustituyó por San Valentín.

La tradición parece ser anterior a la propia Roma, etrusca tal vez, y algo turbia. Probablemente fue romanizada en tiempo de la república para mayor gloria de Roma. Cicerón califica al colegio sacerdotal de los lupercos como “esta cofradía salvaje y agreste, de hermanos en figuras de lobos, la unión silvestre de los cuales se estableció antes de la civilización y las leyes” (Pro Caelio, 26).

Parece obvia la relación de este colegio sacerdotal con la loba que amamantó a Rómulo y Remo (elevada a un status divino). Los sacerdotes eran jóvenes que habían pasado con éxito un oscuro rito de paso común en todas las civilizaciones: sobrevivir cierto tiempo en el bosque del saqueo y de la caza, comportándose como “lobos humanos”, por así decirlo. Similar costumbre tenían los espartanos, entre los que se fomentaba la competitividad desde pequeños soltándolos en el campo para que se buscaran la vida mediante el saqueo, la violencia y el asesinato hilotas de clase dudosa.

"Desnudémonos, corramos por las calles y azotemos a las mujeres con una piel de cabra". Un plan que grita "te quiero" por los cuatro costados

domingo, 9 de febrero de 2014

Muerte y venganza en Los Fayos



Don Juan de Gurrea y Aragón podía ser un nombre más en la historia de España. De hecho, con toda seguridad, nadie habrá oído hablar de él hasta esta mención. Su historia, y más concretamente sus últimos momentos antes de ser condenado a muerte, es interesante para comprender las intrigas políticas de la corte de cualquier monarca de la Edad Moderna.

El bueno de Don Juan estaba emparentado con los reyes aragoneses. Tenía el Condado de la Ribagorza heredado de su padre. Tenía dinero. Tenía poder político. En pocas palabras, tenía todo lo que un caballero de la modernidad podía aspirar. Y, sin embargo, murió un seis de abril de 1573 por el nada caballeresco método del garrote vil.

Su mujer tampoco era una cualquiera, Luisa Pacheco Cabrera era descendiente de los marqueses de Villena y de los duques de Escalona. A pesar de todo, el matrimonio vivía en Toledo, un territorio con mucha más historia y cosmopolitismo que un condado rural perdido de la mano de Dios en el Pirineo.

Francia tenía su guillotina, EEUU tenía su silla eléctrica... en España éramos más de que un punzón te destrozara las vértebras mientras te aplastaban el cuello lentamente. Somos unos cachondos.